Aprendí a escribir cuando iba a párvulos... me dieron mi primer lápiz de minas y un cuaderno Rubio titulado Escritura vertical.
Todo eran palitos y redondas que se unían de forma curiosa.
Pasados unos años he de aprender otro tipo de escritura, en la que el cuaderno es un blog, el lápiz son mis dedos y las páginas no pasan en horizontal, sino en vertical...



martes, 27 de abril de 2010

ciao... ragazza

ciao!... tras un mes (de nuevo) sin aparecer por aquí -por falta de tiempo, por falta de inspiración, por (a ratos) falta de ganas...- vuelvo para haceros un regalo de Sant Jordi... el pasado 23 de abril en una librería de Barcelona estaba expuesto a la venta un libro nuevo... también está en internet (ver link en columna lateral)....

tras más de seis meses escogiendo fotografías, escribiendo historias, imprimiendo, editando, reescribiendo, .... por fin ha visto la luz el libro No siempre en este orden, relatos cortos inspirados en fotografías... con fotografías de Toni Tugues y textos de Carola Coch... como dice la frase que escogimos para empezar el libro:

"El que quiera interesar a los demás, tiene que provocarlos" (Salvador Dalí)

para celebrarlo y daros las gracias por seguir aquí (el libro ha sido escrito por y para vosotros), os regalo una de las historias...

... ragazza


Las cámaras de todos los aeropuertos que había pisado, debían contener imágenes de ella corriendo por los pasillos. Siempre llegaba con el tiempo justo. Una vez incluso perdió un vuelo. Pero hoy no era el caso. Era viernes 23 de diciembre y temía que hubiera overbooking, así que prefirió llegar con tiempo al aeropuerto y asegurarse un asiento de vuelta a casa. Facturó una maleta. La auxiliar de tierra le asignó el asiento 8A, haciendo caso a su petición de “asiento en ventana lo más cerca posible de la cabina del piloto”. No temía volar, pero iba más tranquila en la parte delantera porque, en caso de turbulencias, se movía menos. Además, los refrescos llegaban antes.

La asistente de dirección del estudio de diseño gráfico donde trabajaba como freelance, le había reservado el vuelo de vuelta a las 10:45. Eran las 8.30 y ya tan solo con el bolso de mano, se dirigía hacia el control para entrar en la zona de embarque. Al pasar por delante del panel de información, vio que su vuelo tenía un retraso estimado de 1 hora.

No le importó demasiado. Podría tomar un capuccino tranquilamente y entrar en alguna tienda del aeropuerto para hacer alguna compra navideña.

Antes de pasar por el control, fue al baño. Era algo que intentaba evitar siempre que podía desde que leyó La hija del caníbal de Rosa Montero en el que empieza con una mujer desesperada porque su marido ha entrado en uno de los lavabos de un aeropuerto y ha desaparecido sin dejar rastro… Por más empeño que ponía en no ir al baño, no podía contener las ganas de hacer pipí cada vez que tenía que coger un avión. Así que siempre acababa entrando, pero iba lo más rápido posible. Una vez fuera se volvía a sentir segura.

Tuvo que quitarse cinturón y zapatos para poder pasar por el arco policial sin hacer saltar la alarma. Se estaba calzando de nuevo cuando escuchó por megafonía que su vuelo sufría un nuevo retraso. Se acercó a un punto de información y una chica con un pin de Aena en la solapa de la americana, le corroboró que sí, que el vuelo a Milán sufría un retraso de más de tres horas. Demasiado tiempo. Llevaba dos días en Barcelona encerrada en una feria y apenas había salido de allí. Tan solo para ir a dormir al hotel donde le habían reservado una habitación doble de uso individual, a dos calles de la feria. Pensó que quizás esa era la oportunidad que tenía de poder pasear por las Rambles, tal y como le había recomendado su hermano Paolo.

Cogió un taxi que en menos de veinte minutos le dejó a pocos metros de Plaça Catalunya. Esos días el centro estaba muy embotellado y como ella le había contado que tenía poco rato ya que debía coger un vuelo, la dejó en Gran Vía esquina Balmes, indicándole cómo llegar hasta las Rambles.

El paseo fue agradable. No sabía adónde iba. Tampoco le importaba. Se había puesto la alarma en el móvil a una hora prudencial, para que le diera tiempo a salir de donde estuviera, coger un taxi y llegar de nuevo al aeropuerto.

Al llegar a las Rambles bebió agua de una pequeña fuente. Desconocía que se trataba de la Font de Canaletes y que si bebes de esta fuente vuelves a Barcelona.

Paseó rambla abajo admirando las estatuas humanas. Había un hombre de hojalata. Siempre le había gustado el cuento de El Mago de Oz y tiró un euro en el plato que éste tenía bajo sus pies con algunas monedas. Pensó que si todo el mundo le daba algo, quizás algún día podía comprarse un corazón. El hombre de hojalata se movió lentamente, la miró y le guiñó un ojo mientras se volvía a quedar totalmente estático.

Había varios puestos de flores. Abundaban las ponsettia, las rosas y los claveles. Un poco más abajo, delante de un grupo de adolescentes que, guitarra en mano y sin ninguna vergüenza, cantaban villancicos, vio un quiosco que vendía prensa italiana. Estuvo tentada a comprar un ejemplar de Corriere della Sera, pero pensó que ese era un momento para disfrutar de todo y de nada. No quería ser consciente de lo que ocurría en el mundo. Ese era un momento para ella sola.

Llegó al Liceu. No lo hubiera sabido si no es porque ese era el nombre que ponía en la parada de metro. Si hubiese ido con alguien, se hubiese hecho alguna foto allí, le gustaba el cartel. Siguió bajando, sin ser consciente de que si bajaba y bajaba llegaría al puerto. Y al mar. Y si siguiera, podría nadar hasta Menorca y, una vez hubiese descansado un rato, de allí a Milán.

Dio media vuelta. Había visto una cafetería al inicio de las Rambles y quería sentarse en la terraza a disfrutar del sol. El tiempo era frío, pero al sol se estaba bien.

Consultó la hora en el reloj de un edificio. Ella no llevaba reloj. Nunca. Vio que aún quedaban dos horas para que sonara la alarma. Se pidió un capuccino y un agua. Observó a las personas que pasaban por la calle. Pocos eran turistas. La gente iba demasiado deprisa como para serlo. Lo dedujo porque los turistas no corren, disfrutan de todo lo que ven, van mirando arriba, a los lados, hacen fotos, sonríen… Pero la mayoría de las personas que veía pasar por delante de la cafetería y cruzar de un lado a otro, no contemplaban, solo miraban con el semblante serio si venía alguien del otro lado con el que intentaban no chocar.

No tenía ganas de pasear más. Prefería quedarse allí sentada. El camarero le trajo la cuenta. Ella pensó que quizás llevaba demasiado rato para haber tomado tan solo un café y un agua, así que pidió si le podían hacer un bocadillo de queso. Pero pequeño. No solía comer mucho.

Mientras esperaba, pensó en que hacía tiempo que no se sentía tan relajada. ¿Y si se quedaba allí para siempre?. Quizás se moviese si alguien le tirara una moneda en el plato. Cerró los ojos.


4 comentarios:

Cris dijo...

YUHU!!!!

Felicidades por la vuelta, felicidades por el libro, felicidades por los sueños cumplidos y por los que se cumplirán.

Cris

carola coch dijo...

gracias Cris... y que podamos compartir algunos... besos

Toni Tugues dijo...

Gràcies per l'agraïment de la setmana, el link i les teves històries..

carola coch dijo...

gràcies Toni... espero fotos noves... perque farem un segon, no?...